Ayer una estupenda mujer que asiste a los seminarios sobre Anatomía Experiencial y Yoga me dijo: «Tere, tú sabes mucho de crianza ¿no?».
Me quedé pensando. Lo único que puedo decir es que he criado y he contemplado muy de cerca muchas crianzas. Y que en el criar y en el contemplar he tenido siempre presente la perspectiva del cuerpo. Lo que puedo decir es que tengo una visión bastante amplia de la crianza.
Creo que esto le sirvió para exponerme su pregunta: «La bebé está rompiendo todas nuestras rutinas. Las habíamos organizado en función de sus necesidades, pero ahora parece estar decidida a comer y dormir cuando le da la gana».
Su comentario nos llevó a una reflexión en la que pudimos hacer evidente el juego de equilibrio entre nosotros y la cultura. Y el papel de madres y padres en todo ello.
El punto de vista del cuerpo
Podemos pensar que seguir el punto de vista del cuerpo significa abandonarnos a las propias necesidades. Sin embargo, el punto de vista del cuerpo es más que esto.
El sistema nervioso capta las propias necesidades, las del otro y las del entorno. Maneja 4.000.000 de bytes de información y lo tiene claro: hay que sobrevivir. Pero nuestra mente consciente solo maneja 2.000. De ahí tanto lío, no acabamos de comprenderlo todo y queremos tomar decisiones en base a esa minúscula cantidad de bytes de información.
Encontrar un punto de equilibrio entre lo que necesito, lo que necesita el otro y lo que me piden las circunstancias implica decidir a qué damos prioridad y cuanta. Pero dar prioridad unas necesidades no implica ni ningunear, ni olvidar para siempre jamás el resto. Qué en un momento dado sea capaz de dejar para más tarde una comida, porque priorizo un proyecto en el que estoy trabajando, no implica que menosprecie mi sensación de hambre. No es una buena opción en términos de supervivencia. Que en un momento dado aplace a un proyecto por atender una urgencia de descanso, no implica que tenga que abandonar para siempre mis compromisos. Tampoco es una buena opción en términos de supervivencia. Mis porqués y la consciencia que tengo sobre ellos, es otra historia.
Sería de verdad un avance que nuestros hijos crecieran ya con esto claro. Que no tuvieran, como la mayoría de nosotros, que recordarlo a la mitad de la vida.
La importancia del momento de la bebé
El sistema nervioso de la pequeña maneja una realidad mucho más reducida que la de sus padres. No entiende de compromisos sociales, ni de salarios. No puede calibrar los efectos de interferir en esas esferas. Su sistema nervioso atiende a las necesidades de supervivencia en relación a las variables que maneja: su organismo y los vínculos que hasta el momento ha generado.
Los sistemas nerviosos de los padres tienen acceso a una realidad mayor, a la que la pequeña irá accediendo de manera más o menos progresiva. Una de las funciones de los padres es la de facilitar a los hijos este conocimiento de la realidad en la que viven. Y ofrecer apoyo e inspiración para que también desarrollen sus habilidades para manejarse en ella.
Cada vez que se da una situación que evidencia la distancia entre las necesidades de la bebé y las necesidades sociales y culturales, es una oportunidad para ello. Es posible que, como padres, nos sintamos faltos de habilidades. Es el momento de desarrollarlas.
Un ejemplo cotidiano
Hasta ahora la bebé, aun lactante, comía a las 11h y después a las 3h. La madre, después de unos cuantos juegos malabares, ha podido adaptar su horario perfectamente a esto.
De un día para otro, a la bebé le empieza a dar hambre a les 14h. En este momento nos damos cuenta de que no siempre podremos crear el ambiente adecuado para que los hijos satisfagan sus necesidades. Puede ser doloroso, y es un momento importante como padres. ¿Cómo me posiciono? ¿Tengo fuerzas para readaptar de nuevo la organización familiar, económica, social…? ¿Quiero hacerlo?
Hay diferentes soluciones y posicionamientos, cada uno con consecuencias en función del momento en que se apliquen, cómo se apliquen, quién y a quién.
Alguien puede decidir reorganizar de nuevo su vida para que la bebé no pase por la experiencia de hambre o falta de contacto. Esta persona pasará por la experiencia de gestión de sus propias necesidades y las del entorno. La bebé mantendrá durante un tiempo más su sensación de armonía, o coincidencia, entre ella y la cultura.
Alguien puede decidir decidir darle otro alimento, o leche que se tenga almacenada, hasta que llega la madre. La bebé saciará su hambre, un tema resuelto. Si lo que necesita es el contacto con la madre, la solución quedará aplazada. En este caso la bebé estará empezando a gestionar, como pueda, esa distancia entre sus necesidades y las del otro o el entorno. La distancia entre ella y la cultura se hace evidente en su dimensión emocional.
Alguien puede decidir que la bebé se espere a que llegue la madre. Esa distancia entre ella y la cultura, el hambre que no se sacia por una circunstancia, se hará evidente en una dimensión física.
Vemos que se tome la decisión que se tome, lo valioso es que los padres seamos conscientes de que en estos momentos podemos influir en que la bebé borre o invalide sus necesidades, o que sigan siendo válidas aunque las aplace.
La importancia de la actitud del adulto
Si optamos por la primera solución, la de adaptarnos nosotros, por ahora el trabajo será solo con nosotros. Pero si decidimos abrir el camino de contacto entre la bebé y la cultura en la que vive, la manera en que el adulto acoja las reacciones de la bebé frente a las diferentes soluciones que se puedan tomar, favorecerán una dirección u otra.
Si la bebé se irrita por su sensación de hambre, o necesidad de contacto, y el adulto reacciona con enfado o indiferencia, la bebé irá invalidando sus sensaciones. Y probablemente el adulto también las suyas. Porque el enfado y la indiferencia surgen de la impotencia de encontrar una mejor solución para todos.
Por el contrario, si el adulto acoge a la bebé sabiendo que su irritación es completamente natural y razonable, la bebé irá aprendiendo que hay momentos en que hay que esperar. Pero lo hará sin invalidar sus sensaciones. No estoy diciendo que el adulto la acoja con una sonrisa y desbordando paz. Que puede ser. Pero hablo, sobretodo, de un adulto capaz de acoger a la bebé mientras se acoge a sí mismo, con su frustración, su cansancio o su lo que sea.
Con esta perspectiva podemos facilitar la transición hacia los hábitos que la familia o las circunstancias requieren, dando la oportunidad a que la bebé continue en contacto con sus necesidades reales. Y nosotros con las nuestras.
Y volvemos al punto de vista del cuerpo
Tomar decisiones que respeten la individualidad y respeten al grupo usando solo los 2.000 bytes de información que gestiona nuestra mente consciente… es una misión imposible. Si lo conseguimos, podemos estar casi seguros que ha sido fruto del azar.
Para atender la cambiante realidad de la crianza y a todos los actores que intervienen, necesitamos el punto de vista del cuerpo. Necesitamos de esos 4.000.000 de bytes de información que atraviesan el cuerpo y del maravilloso gestor que habita en algún lugar de nosotros. Ese mismo que hizo que creáramos un bebé con cada célula justo en el lugar que le corresponde. Y todo esto, está en el cuerpo, intrincado en nuestros tejidos.
¿Y cómo volvemos al cuerpo?
Dedicándole un tiempo, aumentando nuestra capacidad de percepción, atreviéndonos a sostener la perplejidad que nos generan sus propuestas.
Tere Puig