Y aun así no me sorprendió especialmente:
era como si todo lo que había visto y experimentado a lo largo del año anterior me hubiese llevado en esa dirección.
En la era de los objetivos y los logros, la contemplación es una revolución
El otro día conversaba con un un buen amigo sobre hijos, estrellas y deseos. Me dijo, «para mi, no se trata de centrarnos en los deseos, si no en lo que ocurre en estos momentos en los que el tiempo se para«. Para mi también. El tiempo se para, y ocurre lo que aun no se ha construido.
Nunca me he considerado una persona ambiciosa, ni tengo una larga lista de deseos. Pero he visto cómo se van cumpliendo uno a uno todos mis anhelos. A veces impacta verlos, incluso crees que no van contigo. Sin embargo, en algún lugar dentro de ti, los comprendes. Pasan los años, se cumplen y te das cuenta de que sí van contigo.
En mi primera sesión de yoga, entre los miles de pensamientos que aparecen por segundo uno sonó más fuerte: «me gustaría ser profesora de yoga«. Naturalmente, lo descarté. Ni el ambiente en el que crecía, ni la trayectoria de vida que me había trazado, ofrecían espacio para semejante excentricidad. Pasaron siete años, y sucedió.
Ser profesora de yoga nunca me obsesionó, nunca diseñé una estrategia para conseguirlo, ni me marqué objetivos, ni timings, ni siquiera recé para conseguirlo. Visto con perspectiva, parece que a partir de ese primer reconocimiento, sin apenas darme cuenta, me orienté para que sucediera y sucedió. Esa orientación era demasiado compleja para que la dirigiera la mente o el corazón, necesitaba una mirada más certera y paciente. Era necesario que me hiciera a un lado, que me rindiera. Y entonces, uno busca, sin saberlo, las ocasiones para rendirse. Uno intuye que todo esto tiene algo que ver el contemplar. Todo pasa por ahí debajo, o por ahí arriba, en ese espacio en el que entramos solo a veces.
Estrellas, anhelos y contemplación
Los deseos a veces se cumplen y a veces no. Imagino que coincidimos, o que nuestras experiencias coinciden. Los deseos se construyen a partir de múltiples miradas internas, carencias, creencias, esperanzas, y son intensos. Sí, pero también son divergentes, convulsos, discontinuos y a veces disonantes.
Los anhelos se cumplen siempre inevitablemente. Son silenciosos, serenos, potentes, gobiernan el fuego, hilan la incongruencia del deseo. Surgen en esos momentos en que nos rendimos frente a algo inmenso, como una estrella, o un hijo, o una muerte, o un beso, o un latido, o un silencio. Y nos empapan sin que lo notemos, en esos momentos en los que el tiempo se para. Ahí, rendidos, contemplamos cómo conviven la más pura quietud y el inicio del movimiento. Es un movimiento casi imperceptible, nunca te violenta, te desplaza con naturalidad y paciencia hacia tu lugar, hacia el lugar que anhelas, el que todo anhela para ti.
Tere Puig
Que bonic Tere. Seguirem anhelant…
Gràcies, Margarita… Seguim!