En realidad, mientras los profesores vivan con el miedo de estar desbordados; mientras tengan en frente alumnos sobreexcitados, incapaces de poner atención en cualquier labor; mientras se sientan vampirizados por niños de comportamiento imprevisible, no tiene sentido esperar una mejora en los resultados escolares.
Frente a esta realidad tenemos que escoger: o bien aplicamos un método disciplinario, o bien adoptamos un enfoque pedagógico. O bien intentamos contener las explosiones reforzando los sistemas de control y desarrollando camisas de fuerza institucionales, técnicas y químicas. O bien trabajamos sobre las condiciones y las actividades que permitan a los niños y adolescentes aprender a concentrarse. O bien las sanciones y la Ritalina. O bien la pedagogía.
La tradición subversiva
Si escogemos la pedagogía, entonces podremos rescatar el patrimonio que hemos heredado. Es necesario releer La lettre de Stans de J. H. Pestalozzi para comprender como movilizar la fuerza interna de los niños hacia una atención minuciosa sobre las pequeñas cosas que les permiten estabilizarse. Necesitamos volver a la obra de Maria Montessori que define bajo el nombre de espíritu absorbente la capacidad de todo niño de sumergirse en una actividad. (M. Montessori, 2003). En lugar de distraerlos con actividades artificiales, debemos acompañar, desplegar y orientar su acción. Necesitamos repensar también la noción de atención, recuperando los trabajos de Édouard Claparède sobre la motivación. Estar atento no significa estar receptivo, significa estar sumergido en la investigación, significa responder a las preguntas que ya hemos interiorizado. (É. Claparède, 2003).
P. Meirieu del libro Pédagogie: le devoir de résister
¿Y en que basamos nuestra elección?
Después de leer estas líneas y dejarlas reposar, se me hace cada vez más evidente que escoger una u otra opción depende de cuál sea nuestro objetivo. Cuántas veces usamos las mismas palabras para definir conceptos esencialmente diferentes. Si buscamos simplemente un orden, sin importarnos que sea solo aparente y formal según lo que cada uno entiende por orden, con las medidas de control será suficiente. Sin embargo, si buscamos que el orden interno y profundo emerja y se plasme en las aulas, necesitamos la pedagogía. El control nos sirve para crear un orden desde fuera hacia dentro, la pedagogía para crearlo desde dentro hacia fuera.
La atención entendida como receptividad está vinculada al orden aparente en el aula, donde el profesor dicta cuál es el orden y el alumno lo asume sin llegar a percibir si resuena con su orden profundo o no. La atención como indagación solo se puede entender y acoger en un ambiente en que el orden no sea un objetivo, si no un medio.
Es desde el contacto con ese orden interno y orgánico que aparece la necesidad de conocer, experimentar y madurar. Y en contacto con este orden interno aparece también la necesidad de limitar, igual que la de expandir. La de expresión, igual que la de silencio. La de acción, igual que la de recogimiento.
Como padres o educadores necesitamos estar tranquilos con todo aquello que surge del encuentro con el orden profundo. Esa tranquilidad que aparece cuando nos sabemos en el camino adecuado, nos permite seguir orientados también en las etapas más complejas de atravesar. Solo desde ese lugar nos atrevemos a permitir que el contacto con el orden profundo suceda en el niño. Solo así somos capaces de ver, por ejemplo, el sentido a la necesidad de descanso que aparece en horas lectivas o a la curiosidad que despierta en plena noche.
Necesitamos haber transitado por ese camino, o estar dispuestos a transitarlo, para poder acompañar el encuentro del niño con sus necesidades profundas y la exploración de las distintas formas de expresarlas y cubrirlas. Necesitamos haber transitado por ese camino, o estar dispuestos a transitarlo, para poder acompañar el encuentro del niño con las necesidades profundas del otro y la exploración de las distintas formas de acompañarlas.
T. Puig
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