Mindfullness ¿para qué?

Ahora escuchamos la palabra mindfullness muy a menudo ¿es algo nuevo?

Por allá por el 2003 asistí a un curso de anatomía aplicada al yoga, era en casa de Hargobind. Me acuerdo mucho de este curso por una experiencia concreta.

Tras diferentes ejercicios para conocer cómo respondía e intervenía nuestra musculatura en el movimiento y la postura, el profesor guió una dinámica con la finalidad de producir un estado de relajación profunda. Consistía en una observación detallada y atenta de los cambios de tono muscular. El movimiento era absolutamente simple: mover unos milímetros cada brazo y cada pierna. El ejercicio de atención fue extraordinario. Estuvimos mucho tiempo sumergidos en esta experimentación, que con mucha facilidad podía convertirse en una actividad mecánica y sin sentido. Pero, de repente, el profesor dijo:

Él no puede imaginar cómo calaron en mi estas palabras ¡Ni la de veces que las habré repetido en mis clases!

Green, una de las grandes del Mindfullness

Con esta experiencia tomé consciencia por primera vez del placer que produce la percepción, la observación atenta. Fue la primera vez que entré voluntariamente en un estado de atención plena, el mindfullness.

Más adelante asistí a unos cursos que impartía Ambrosio Espinosa, traumatólogo y profesor de yoga. Gracias a sus técnicas de meditación, basadas en la observación de las sensaciones físicas, pude volver a conectar con aquel «No te aburras con el ejercicio, siempre hay algo que observar». Se trataba de técnicas de observación arraigadas en el budismo, algo muy cercano al Vipassana. Parece entonces, que el mindfullness viene de lejos.

Allí, además, entré en contacto con la tranquilidad que produce la observación de los cambios físicos. Descubrí el asombro sereno que aparece al ver que estos cambios suceden como expresiones de nuestros estados y procesos internos, y con relación a nuestro entorno.

Y fue en el 2008 cuando, a través de la anatomía experiencial y el bodythinking que descubrí gracias a Jader Tolja, integré en profundidad esta práctica de atención profunda en las sensaciones. Podríamos decir que la anatomía experiencial ofrece este cultivo de la percepción, que ofrecen la muchas de las técnicas orientales milenarias, en un lenguaje comprensible para nosotros los occidentales.

En esta ocasión pude acceder, con esta calidad de atención, a lugares que nunca antes había explorado: las vísceras, el tejido conectivo o los líquidos del cuerpo, por ejemplo. La experiencia fue reveladora y la curiosidad me pudo. La tentación de convertir la atención plena en algo cada vez más y más cotidiano se hizo irresistible.

Por qué enseño a no aburrirse en el ejercicio

De todo esto me acordé ayer, leyendo la entrevista con Luciano Concheiro que publicaron ayer en La Vanguardia. «… constantemente se suceden eventos, pero ninguno con la densidad suficiente como para transformarnos, para que se vuelva una experiencia verdadera«. Una apuesta por esta atención plena y profunda, pero que va más allá de la lentitud. Porque ir despacio no es la finalidad.

«Se trata, como decía D.T. Suzuki, del momento en el que el espíritu finito comprende que está arraigado en el infinito», nos dice Concheiro en la entrevista. Y, naturalmente, para que este momento suceda hay que permanecer en una experiencia el tiempo suficiente. Hay que aprender a no aburrirse, y el gusto por la percepción es clave.

Encontrar este momento, el instante eterno, nos lleva al placer de vivir y nos enfoca en la belleza. Y esto solo puede llevarnos a una existencia más digna, respetuosa, apasionada y llena de sentido. Quizá hay más caminos, pero la observación atenta de los estados y procesos físicos es el que más ha calado en mi. Todavía no me he aburrido con el ejercicio.

Tere Puig

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