«No se trata, pues, de salvar al mundo ni a la humanidad, sino de hacer el mundo vivible y a la humanidad capaz de tomar en sus manos esta apuesta.» M. Garcés
No puedo estar más de acuerdo. Si solo tenemos dos opciones: salvarnos o desaparecer, solo se me aparece una única visión de cómo viviremos este camino hacia un extremo o hacia el otro. Y es una visión llena de angustia y ansiedad. Hacer el mundo vivible. Solo el hecho de escribirlo me produce una sensación de amplitud absolutamente reconfortante, se me amplia la respiración. Este fin, a diferencia del de la salvación, está lleno de matices que concretamos ahora, segundo a segundo. No es necesario que nos hayamos «salvado», podemos hacer que el mundo sea un lugar donde den ganas de vivir. Así, también si desaparecemos habrá valido la pena.
Este hacer el mundo vivible requiere de nosotros una continua implicación, nos hace encontrar el equilibrio entre nuestros anhelos futuros con nuestro arraigo en el presente.
Pero quizá haya otro mundo posible, otra ciudad posible, otra escuela posible. Sería una escuela con «especies de espacios» en los que fuese posible aventurarse sin inquietarse demasiado. Una escuela en la que uno podría esconderse, replegarse por un momento en sí mismo antes de intentar algo que no era ni siquiera imaginable intentar. Una escuela con «especies de oficinas», no todas ellas del todo iguales, que cada cual aprendería progresivamente a identificar con las especies de personas que trabajasen en ellas, escribiendo cada una de ellas una historia diferente. (P. Merieu, Frankenstein educador)
No sé si en nuestra vida cotidiana somos capaces de aventurarnos sin inquietarnos demasiado, de tomarnos el tiempo para replegarnos y para descubrirnos e identificarnos. Y como se desprende de las palabras de Merieu que siguen, es más que probable que esa escuela solo se haga visible para nosotros en el momento en que seamos capaces de todas estas cosas.
Pero, de hecho, esa «especie de escuela» es la única que existe de veras, afortunadamente. ¡Con tal de que los hombres y las mujeres sepan acompañar allí a sus hijos y sorprenderse junto a ellos! Con tal de que en ella se aprenda a acoger lo imprevisto, no para erradicarlo sino para observarlo con curiosidad con esa mezcla de ingenuidad y seriedad que unos llaman poesía, otros ternura y todavía otros empatía; con tal que los caminos no estén ya trazados, sino que quepa interrogarse, cuánto más mejor, sobre la dirección a tomar… «Por favor, pregunto Alicia; ¿hacia donde he de ir? Y va el gato y contesta: Eso depende de a adónde quieras ir» (L. Carrol). (P. Merieu, Frankenstein educador)
La escuela que buscamos para nuestros hijos no está dentro de los muros de la institución, está en la mirada al mundo que les podemos ofrecer, como padres, educadores, vecinos o amigos. Me gusta recordar que gracias a la búsqueda de esa escuela ideal muchos adultos nos cuestionamos, nos destruimos a nosotros mismos y nos volvemos a construir. Me gusta pensar que ese movimiento interno y externo que los hijos perciben se convierte en inspiración para aprender a interrogarse, cuánto más mejor, con esa mezcla de ingenuidad y seriedad. Ese otro mundo posible empieza en nuestra forma de mirarlo.
Tere Puig