La práctica del yoga en familia no tiene como objetivo conseguir que los niños aprendan unas cuantas secuencias de ejercicios y posturas.
Aprender yoga en familia se trata de compartir con ellos el descubrimiento de quiénes somos, cuál es nuestra naturaleza y cómo respetarla.
El niño necesita una actividad que respete la conexión natural que ya tiene con su cuerpo, que la mantenga y la refuerce. En cambio, las posturas forzadas (de yoga o de lo que sea) interfieren y contradicen sus necesidades corporales, muy potentes durante la infancia. Darle credibilidad y seguridad en estas necesidades significa reconocerlas y acompañarlas, para que se sienta libre y capaz de satisfacerlas. Cuando las tiene cubiertas, se acerca a la nueva propuesta con un interés genuino y una gran entrega.
La capacidad de escucha corporal y de respeto son la base de una buena práctica de yoga, pero también son los ingredientes básicos de nuestro crecimiento y nuestra vida. El afianzamiento de estas actitudes nos permitirá continuar una práctica corporal más adelante, si lo queremos, con seguridad y confianza pero, sobre todo, nos permitirá vivir juntos con más armonía y más atención entre nosotros; para los niños no se trata más que de mantener su estado natural. Para los adultos es una oportunidad de recuperarlo y de mantenerlo vivo, cuidando de nosotros y de nuestros hijos.
Rodar
Nos conecta con la primera fase de nuestro desarrollo, refuerza la conexión con nuestras propias necesidades y la capacidad de sentir al otro. Es la clásica croqueta.
- Primero la haremos solos;
- después en pareja;
- a continuación el niño se convierte en una croqueta y el adulto la puede rebozar, mientras, la croqueta debe permanecer completamente quieta y dejarse rebozar;
- para acabar, el adulto puede hacer de croqueta y el niño la rebozará.
El túnel dentro de la montaña
Esta dinámica acompaña el desarrollo de la autonomía. Por un lado ofrece un refugio al niño, que a menudo lo demanda con fuerza antes de lanzarse a explorar por si solo el mundo, y por otro lado ofrece la experiencia de empuje, vinculada al proceso de separación y de avance.
- El adulto que hace de montaña (dibujando un tríangulo con el cuerpo con manos y pies empujando el suelo) se estira y tonifica la musculatura, combinando elasticidad y fuerza y ofreciendo un buen lugar de refugio, al mismo tiempo que conecta también con su propia necesidad de autonomía;
- el niño, que pasa a través de la montaña, puede recuperar la fase del gateo y así su diferenciación del adulto, o bien, refugíándose bajo la montaña encuentra la seguridad que necesita antes de dar un paso importante adelante.
Huellas
Experimentando con la verticalidad conectamos con nuestra capacidad de consecución de objetivos y transformación del mundo: ¡Avanzamos con las manos libres y con los pies bien puestos sobre el suelo!
- Caminamos escogiendo el lugar al que nos dirigimos mientras sentimos cómo nuestros pies se apoyan sobre el suelo;
- después nos pintamos imaginariamente las plantas de los pies y caminaremos por casa sintiendo cómo dejamos nuestras huellas: caminando de puntillas, con los talones, con el pie plano, hacia adelante o hacia atrás. Así conseguiremos una mayor conciencia de cómo apoyamos los pies sobre la tierra y el efecto que tiene en nosotros, y en nuestra forma de avanzar, el hacerlo de una forma o de otra.
Extraído del artículo Trenes y gatitos de Tere Puig publicado en Crecer en Familia
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