Mamá estaba limpiando la casa a toda velocidad. Mientras, Leo se vistió, se puso sus zapatos y su chaqueta. Ella lo veía y se preguntaba que debía tener en mente. Cuando Leo estuvo listo le dijo a su madre: «Yo también voy contigo». Ella sorprendida le dijo: «No voy a ningún lado» y Leo le respondió: «Entonces, ¿por qué corres tanto?».
Todo va muy rápido, son los tiempos y la cultura en la que vivimos, resulta ingénuo querer que el ritmo baje. A menos que estemos dispuestos a cambiar radicalmente de escenario (porque hay lugares y estilos de vida que aún te permiten vivir a un ritmo lento)
Pero vayamos a lo práctico: vivimos aquí, ahora y de esta manera. Incluso si no nos hemos contagiado de la velocidad, estamos inmersos en ella.
¿Por qué nos incomoda la velocidad?
Ir rápido tiene algunas ventajas, de otro modo no correríamos tanto ¿no? La velocidad nos permite hacer muchas cosas. Hoy estoy en la playa de Vilanova y mañana puedo estar en los Alpes, visitar a unos amigos y estar de vuelta en casa dentro de dos días para celebrar un cumpleaños en familia y trabajar en mis próximos libros. Todo esto -playa, montaña, amigos, familia y escribir- me gusta y he podido hacerlo en cuatro días. De modo que la pregunta es ¿por qué quiero ir más despacio?
¿Qué es lo que la velocidad me impide hacer y que también me gusta?
Pienso que coincidiremos en que para estar con uno mismo uno necesita un cierto sosiego y algo de tiempo, y para disfrutar de los amigos, la familia, la playa, la montaña y el trabajo, también.
Y, en consecuencia, me dificulta relacionarme y actuar desde dentro, en consonancia con mis reales necesidades, anhelos y capacidades. Aunque es posible que haya personas que no les suceda lo mismo, la sensación es que es una experiencia compartida por muchos.
Los niños que aún no han comprendido cuál es la gracia de poder hacer tantas cosas en cuatro días no corren: se ensimisman, se preguntan acerca de lo que les rodea, se asombran. Hasta que algún aldulto les dice: «¡¡¡Cooorreee!!!»
¿ Quién soy yo ? nos tiende una mano, nos da la oportunidad de dar espacio a estas otras necesidades que la velocidad no nos cubre, a la natural necesidad de indagación, de diálogo sentido, de estar con uno mismo. Nos permite decirles a los niños que, igual que ellos, también tenemos estas inquietudes, que también vivimos con preguntas sin respuesta, y que nos gusta encontrar tiempo para compartirlas.
La velocidad nos sirve para algunas cosas, la lentitud para otras. Disfrutar de cada una y saber pasar de una a la otra es todo un arte que podemos cultivar: el momento actual nos brinda esta oportunidad.
Tere Puig
© la imagen corresponde al libro «¿ Quién soy yo ?», T. Puig & Isao
La verdad es que mucha gente que corre no sabe ni por que corre, ya forma parte de su manera de funcionar.
He montado mi vida para no tener que correr físicamente casi nunca. El gran tema es mi cabeza, que corre sola a gran velocidad. Voy a por ella! aunque algunas veces hay que reconocer que es de gran ayuda.
Besos
Sí, es más efectivo Pensar con el cuerpo que correr con la cabeza ;-))