Podemos pensar en cómo aprovechar los errores en el proceso de aprendizaje, sin embargo, la posibilidad de error aparece de solo cuando estamos ligados a una expectativa. El aprendizaje como proceso abandona este concepto para dar espacio a una forma más real y humana de vivir la educación.
La educación debe posibilitar que cada cual ocupe su puesto y se atreva a cambiarlo. Con este objeto, los espacios educativos deben construirse como como «espacios de seguridad». Ahora bien: es quedarse corto el decir que raras veces, en ellos, la seguridad está garantizada, porque los espacios educativos, en su inmensa mayoría, sean o no escolares, son sitios en que correr riesgos es prácticamente imposible: la mirada del adulto que juzga y evalúa, la mirada de los demás, que se burlan y aprisionan, las expectativas de aquellos de quienes hay que mostrarse digno, son otros tantos obstáculos para el aprendizaje. «Nadie puede «tratar de hacer algo que no sabe hacer para aprender a hacerlo» si no tiene garantía de poder tantear sin caer en ridículo, de poder equivocarse y reempezar sin que el error se le gire durante largo tiempo en contra. Un espacio de seguridad es, ante todo, un espacio en el que queda en suspenso la presión de la evaluación, en el que se desactiva al juego de las expectativas recíprocas y se posibilitan asunciones de roles y riesgos inéditos.
P. Meireu del libro Frankenstein educador