Tanto las experiencias que ofrece la relación con la madre como las que ofrece la relación con el padre, o quienes actúen ejerciendo estos roles, son absolutamente necesarias para el desarrollo de los niños y su conquista de la autonomía en diferentes ámbitos de la vida. Si uno de los dos aspectos, el materno o el paterno, queda descuidado la persona crecerá con menos recursos, por tanto, con mayores dificultades. Y estas cualidades, las que puede potenciar la madre y las que puede potenciar el padre, tienen su expresión y representación física: cada cualidad psicológica está asociada a un tipo de movimiento corporal. ¿Con qué tipo de movimiento disfrutan los niños cuando están en el momento de conquistar su autonomía?
El aspecto materno, que tiene una cualidad de agua, en las relaciones provee de un sano y fuerte núcleo de emociones, sensación de pertenencia y seguridad, y la capacidad de profunda regeneración.
Sin embargo, solamente con la aparición del elemento tierra, que lo aporta el aspecto paterno, estas cualidades podrán ser integradas para el desarrollo y la percepción de la propia fuerza, autonomía e individualidad. De hecho, es el contacto con la tierra y la oposición a la fuerza de la gravedad lo que permite construir la fuerza que será la base de cualquier forma de independencia.
En el momento en que el niño va más allá de la capacidad exclusiva de abandonarse a la madre y a la tierra, a través de la descubierta de su capacidad de empujar, descubre el placer de sentir la propia fuerza y la de los otros.
¿Sobre que tipo de terreno caminamos?
Cuando en un contexto como la familia o el trabajo no se valora ni se estimula este desarrollo de la fuerza individual y, en su lugar, se prefiere la dependencia recíproca entre los componentes del grupo, se está sobrevalorando el sueño respecto a la realidad. De esto surgen expresiones culturales del tipo: «me hace ilusión» o “unas vacaciones de ensueño”,… Esta actitud da por un lado un consuelo inmediato, pero por otro lado crea la imposibilidad de cualquier desarrollo posterior.
Igual que las arenas movedizas no ofrecen suficiente resistencia al movimiento y acaban por detener cualquier progresión física, las ilusiones y los sueños que perduran terminan por arrebatarnos el terreno firme bajo los pies que nos facilitaría cualquier desarrollo psicológico real.
Volver a la tierra, por tanto a la realidad, resulta apetecible para muchas personas en el momento en que se dan cuenta de que es una condición necesaria para cualquier progreso real en la propia vida. Y cuando se toma contacto con la tierra, se sustituye el placer superficial y de consuelo que ofrecen las ilusiones por el placer profundo que surge de la satisfacción de percibir el desarrollo del propio potencial.
Los niños autónomos, en cualquiera de las áreas de la vida en que se puede ir conquistando la autonomía, disfrutan de sus logros y no esperan siempre que otros les hagan disfrutar; y las actividades físicas que potencian el contacto con la tierra haciendo uso del empuje -gatear, ponerse en pie, saltar,…- están siendo reflejo de esta adquisición de autonomía al mismo tiempo que la favorecen.
J. Tolja