Escuchamos cada vez más sobre la importancia de la creatividad, de ser uno mismo. Sin embargo, se sigue castigando al que se sale de lo común, al que deja de reproducir sistemáticamente lo que ha visto y oído para lanzarse a vivir su propia vida, la que aún nadie ha vivido. Aún nos queda un buen camino que recorrer para llegar a una educación auténtica.
Hace unos días me encontraba con este fragmento de Doppert, una imagen sencilla y clara de lo que es un estereotipo y de lo que supone encarnarlo.
«En la técnica de la imprenta, el estereotipo es el cliché, el molde que sirve para copiar un modelo original en gran cantidad. Para usar el estereotipo, el operario no necesita reflexionar sobre el original, solo tiene que aprender la técnica de copiar […].»
La mayoría de nosotros nos mostramos en contra el estereotipo. Sin embargo, muchas de las demandas que hacen las personas que asisten a cursos de formación están centradas en la técnica de copiar. Piden un cliché: una metodología que aplicar, un protocolo que seguir, una serie de respuestas precisas y ciertas a las excepciones que en ese momento se les ocurren. Y lo mismo ocurre con los niños y jóvenes que estudian: el aprender ha quedado arrinconado, la mayoría solo quieren saber cuál es la respuesta «correcta». Es natural, de ello depende su «éxito escolar«. Nos cuesta enormemente vivir con preguntas sin responder, reconocer que la realidad compleja, rica y contradictoria está hecha de versiones originales y nos invita a vivir sin red de seguridad.
«En la vida diaria, el estereotipo es una imagen esquemática, simplificada, superficial, de alguna cosa o persona. Esta imagen se nutre de generalizaciones, opiniones de segunda mano y prejuicios; y se reproduce y multiplica irreflexivamente. No penetra en la realidad compleja, rica y contradictoria.»
Necesitamos comprender que en la enseñanza y el aprendizaje, siempre que queramos vivir como seres auténticos y apoyar a otros que quieren hacerlo, la técnica es solo un medio. La técnica, el método y el protocolo nos sirven mientras nos acerquen a descubrir quiénes somos, cuál es nuestro potencial, quién es el otro y su potencial, cómo nos relacionamos y nos pensamos. Si permitimos que la técnica sea el Dios a quien adoramos, la pobreza y la superficialidad se hacen presentes en nuestras vidas y con ellas el distanciamiento paulatino de nosotros mismos, del otro y de nuestro camino de vida.
«(El estereotipo) Es una imagen prefabricada y empobrecida que existe y persiste gracias a la falta de confianza en nuestra propia capacidad de observación y en nuestro criterio, y gracias a nuestra inercia mental […]. El que usa estereotipos se resigna a ver con ojos ajenos.»
¿Con qué ojos queremos ver? ¿La vida de quién queremos vivir? Siempre aprendemos de los otros, bien lo hacemos a través de vivencias compartidas, bien a través de la pura transmisión de conocimiento: asistimos a clase, leemos un libros, vemos un vídeo… En el primer caso, en el aprendizaje suele participar todo el cuerpo, las experiencias se integran con mayor facilidad. Pero en el último caso -que es lo que solemos identificar con aprendizaje- el riesgo de comprender lo que se nos transmite de forma exclusivamente intelectual es alto. Y cuando esto sucede, la repetición automática e irreflexiva de conocimientos es prácticamente inevitable.
¿Cómo saber que lo que transmito es algo que está ya arraigado en mi, algo que he comprendido de forma profunda y que, por tanto, puedo transmitir de forma única y auténtica? Algo que utilizo habitualmente y me sirve es preguntarme «¿por qué digo esto?» o «¿cómo justifico lo que estoy diciendo?» Si surge una respuesta elaborada, apoyada también en la experiencia, vamos bien. Cuando las respuestas contienen «porque leí en…» o «porque Fulanito dice que…» significa que el conocimiento que queremos transmitir aún no lo hemos hecho nuestro.
Paciencia, a veces, este proceso lleva tiempo: el aprendizaje, cuando es real, tiene su ritmo igual que todo en la naturaleza. Pero la espera merece la pena, quienes lo hayáis experimentado sabréis el vacío, agotamiento y sensación de inseguridad que deja el ejercicio de la técnica del copiar –«¿lo habré dicho bien?», «¿es esto exactamente lo que dice Fulanito?»– a diferencia de la satisfacción y profunda alegría de transmitir algo que ya existe en nosotros – «agradezco a Fulanito que me abriera a esta comprensión».
Si al aprender nos dejamos penetrar por lo aprendido, nos dejamos invadir por la duda, nos permitimos cuestionar, desde lo más profundo, lo que oímos y nos abrirnos a la transformación que conlleva toda educación, el proceso de integración será más sencillo.
Si al enseñar nos centramos en transmitir los contenidos que realmente hemos integrado, que ya existen en nosotros, quizás enseñemos menos cantidad pero ofreceremos una experiencia rica y compleja, cada palabra calará en quien nos escuche y cabe la posibilidad de que el proceso de aprendizaje -aquel que se integra, que te transforma- se desencadene.
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Muy buen post!
Gracias, María. ¡Nos alegra que te haya gustado!