Estamos en una sesión de yoga para niños. Dentro de todo lo que suele ocurrir en estos espacios algo empieza a hacerse más presente y llama mi atención: Laura y María se pelean, ya tenemos el conflicto en el aula.
Espero, pero el tema va subiendo de tono. Intervengo. «¿Qué está pasando?» Recibo un montón de información a dos bandas, no entiendo nada. Les pido a las implicadas que se expliquen una a una. Después de haber aclarado que cada una dará su explicación sin que la otra interrumpa, Laura se explica: «María ha cogido un lápiz de mi estuche sin pedírmelo y le he dicho que lo deje y me ha insultado y…» Le toca a María: «¡No es verdad! Yo le he pedido el lápiz antes de cogerlo y ella me ha insultado primero y…».
Llegados a este punto, no tenía ni la más remota idea de cómo continuar. ¿Tenía sentido llegar a averiguar si María había pedido el lápiz o no? ¿Qué les podía decir? ¿Qué hay que compartir? cuando a mi me molesta que me cojan mis cosas… ¿Qué se respeten? cuando ya se lo han dicho millones de veces… Con su exposición ya había quedado claro que Laura no quería dejar sus lápices y que insultarse no es algo que arregle la situación. Vaya, que frente a mi incapacidad de aportar algo más a la situación opté por un discreto: «Ya… continuamos», y cargué con mi sentimiento de fracaso por «no haber arreglado nada» mientras Laura repetía: «¡Pero no lo hemos solucionado!»
Cinco o seis años más tarde, Ana, una alumna presente en esa sesión, me recuerda el episodio que yo, probablemente por no cargar con la sensación desagradable que me quedó, había olvidado: «¡Nos dejaste flipados! Ni te enfadaste, ni hiciste nada por resolverlo». Entonces, le dije que no hice nada porque no sabía que hacer. «¿En serio?» En aquel entonces, en su cabeza no cabía, todavía, que los profesores muchas veces no tienen respuestas. Indagué, la curiosidad me puede. Si, pasados cinco años, se acordaba de este episodio y lo consideraba «flipante» debía ser por algún motivo.
Entendí que para ella significó la posibilidad de vivir un poco más ligera, le permitió pensar que quizás la vida no es tan dramática como a veces nos la presentan: «Que, a veces, la gente ve las cosas de distinta forma y… y ya está. No hay nada que resolver.», me contó.
Ahora me alegra haber sido fiel a mi ignorancia, no haber querido esconderla: no sabía que hacer y no hice nada. No sé que les aportó la situación a los demás, pero confío en que Laura encontrara la solución que buscaba. La conversación con Anna me ha dado la tranquilidad que da volver a comprobar que siempre ocurre lo que tiene que ocurrir y me ha traído la emoción de recordar que el aprendizaje toma caminos que el que enseña nunca puede llegar a imaginar.
Tere Puig
Mi padre me dijo en una ocasión que esperaba haber sido un buen padre, que lamentaba si en algún momento se había equivocado y que ser padre es difícil porque no existe un manual infalible para padres, ni para profesores añado yo.
Esta situación que explicas la he vivido como alumna, como hermana y como madre, y siempre deja un mal sabor, tanto si eres la víctima como si tienes que poner orden y no puedes aclarar la situación. Si no tienes toda la información porque no has presenciado los hechos, ¿qué haces? Lo que peor llevo es que pueda ser injusta y se puede ser injusta por acción o por omisión.
Si no se puede sacar nada en claro, no se puede tomar ninguna medida contra nadie, lo único que se puede hacer es explicar porqué no se hace nada esperando que la parte perjudicada lo comprenda.
Ya ves; creo que todos pasamos por esa experiencia alguna vez.
¡Gracias por tu aportación, María!
¡Hola Tere!
Acabo de recién descubrirte este St Jordi con vuestro precioso libro «yo te cuento un cuento…», lo primero felicitaros…¡me ha maravillado! la portada me atrajo y posteriorment me ha cautivado la historia, la sencillez y la delicadeza, los dibujos de Júlia…sencillamente preciosos.
Así que he decidido acercarme un poco más a ti y al leer este escrito no te puedes imaginar cómo me ha ayudado también a mi.
Trabajo en un colegio donde tengo el placer de compartir con mis alumnos nuestro dia a dia, estoy metida en un proyecto de educación emocional y este año me está resultando especialmente delicado. Los conflictos salen a diario y no siempre tengo la sensación de haber podido aportar mi granito de arena…hay situaciones que se me escapan y incluso a veces me superan. Constantemente me cuestiono cómo puedo mejorar y me planteo qué podría hacer diferente…al leer tu anécdota he sentido un alivio, un gran alivio, nosotros no tenemos porqué buscar siempre el final adecuado, y aún cuando les tendemos nuestra mano para que encuentren el camino y sentimos que no la aprovechan, no nos tenemos que sentir mal por ello. Cadacual resolverá en su momento aquello que deba resolver, yo debo estar presente, a su lado, incondicional, pero sin más…
Gracias,
Sara
Muchas gracias por tus palabras, Sara… Se lo transmito a Júlia ¡estará muy contenta!
Cuando escribes, es muy reconfortante saber lo que ha pasado al otro lado del papel (la pantalla…). Me alegra profundamente que el texto te haya aliviado y que compartas tus vivencias y sensaciones en el aula. Entre todos le estamos dando la vuelta a toda esta situación, y compartiendo nuestras experiencias y pensamientos nos inspiramos los unos a los otros.
Gracias por tu labor, por «estar presente, a su lado, incondicional, sin más…» ¡Casi nada!
Un fuerte abrazo,
Tere
Verdad verdadera que cuando no sabes que hacer, vale más no hacer nada.