Vivir despacio es una consecuencia de vivir atento
Permítaseme insistir: cuando hablo de respuesta estética no quiero decir embellecimiento. No me refiero a plantar árboles y visitar galerías de arte. No estoy hablando de elegancia, suave música de fondo, setos bien podados: ese uso esterilizado y desodorizado de la palabra «estética» la ha dejado sin dientes, sin lengua y sin dedos.
Lo que entiendo por respuesta estética se parece más bien a un sentido animal del mundo: un olfato para la inteligibilidad visible de las cosas, para su sonido, su olor, su forma, que le habla a las reacciones de nuestro corazón (y habla a través de ellas), y que responde al aspecto y al lenguaje, a los tonos y a los gestos de las cosas entre las que nos movemos.
La «conciencia de las cosas» podría liberar de la opresión subjetivista a la noción de «conciencia de uno mismo»
Un psicoanalista, sentado todo el día en su butaca es más consciente de la más leve agitación en la sede de su sexualidad que del tremendo malestar que en esa misma sede produce la butaca: el respaldo mal construido, el calor que retiene la tela, la rigidez de la tapicería y el encolamiento a base de formaldehído. Su sentido animal ha sido educado para percibir solo una serie de propiocepciones, excluyendo la realidad psíquica de la butaca. Cualquier gato es mucho más sabio.
El hecho de cultivar la respuesta estética influirá en algunos de los aspectos de la civilización que más nos interesan en la actualidad, los cuales se han resistido en gran medida a cualquier interpretación psicológica. En primer lugar, una respuesta estética a los detalles haría considerablemente más lento nuestro trabajo. La necesidad de prestar atención a cada suceso nos quitaría nuestra hambre de sucesos, y esa misma ralentización del consumo afectaría a la inflación, al crecimiento desmesurado, a las defensas maniáticas y al expansionismo de la civilización.
Tal vez los sucesos se aceleran más cuanto menos se les aprecia; tal vez los sucesos alcanzan dimensiones e intensidades tanto más catastróficas cuanta menos atención se les presta. Tal vez, a medida que los sentidos se refinan, se produce una reducción proporcional del gigantismo y del titanismo: gigantes y titanes, los eternos y míticos enemigos de la cultura.
J. Hillman del libro El pensamiento del corazón