El niño hipersensible que crece con límites poco definidos se ve invadido automáticamente por una sensación extremadamente desagradable de violencia real o amenaza, o quizás por el temor de una violencia aún más peligrosa: la psicológica, como verse privado de afecto, ignorado o denigrado.
Experiencias de este tipo dejan en el niño impresiones imborrables. En los que son hipersensibles, que habitualmente no son los favoritos en el «parque infantil» de la vida donde el más fuerte es el amo, las consecuencias son aún peores. Se ven privados de lo que quizás es su último sostén. Por tanto, resulta comprensible que de mayores no quieran oír hablar de límites. Están firmemente decididos a no repetir lo que les hicieron sus padres a ellos y, en consecuencia, a menudo se muestran aún más tolerantes y condescendientes. Y cargados de buenas intenciones, suelen ir más allá de su propias fuerzas y posibilidades.
Quien de niño no ha conocido límites claros y definidos no ha ha tenido oportunidad de aprender a defender su propio espacio. No sabe de cuánta fuerza realmente dispone, ni hasta qué punto se extiende su responsabilidad. Frente a una situación concreta, creerá que tiene una capacidad superior o inferior de la que realmente tiene. Al no sentirse protegido dentro de sí con límites bien definidos, solo podrá ampliarlos al aumentar su propia fuerza y crecer con ellos.
Quien de niño no ha ha podido experimentar límites claros y definidos no ha tenido la oportunidad de descubrir que los límites transmiten seguridad y garantizan paz y armonía. No sabe que son los propios límites los que permiten a una persona conocerse a sí misma y aparecer concreta y tangible para otra. No sabe que solo los límites bien definidos permiten encontrarse con el otro.
R. Sellin del libro Le persone sensibili hanno una marcia in più
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