El admitir la propiedad del niño sobre sus sentimientos y reacciones personales tiene grandes efectos sobre su autoestima.
Ello es lo que le permite decirse: «Está bien que yo sea yo. Mis experiencias internas son legítimas, aunque difieran de las de mis padres. Y el alentar ciertos sentimientos en ciertas ocasiones no disminuye en modo alguno mi valor como persona». El niño que posee esta convicción no se oculta en la falsedad, ni trata de imponer sus percepciones a los demás. En consecuencia, se lleva mejor con la gente.
Es bien interesante el hecho de cuando uno se pone en el lugar de sus hijos y trata de ver el mundo desde el punto de vista de ellos, descubre a menudo lo razonable de sus proposiciones. De este modo uno les brinda la seguridad de la comprensión.
D. C. Briggs del libro El niño feliz