¨¿Cómo sentir qué nos falta y qué necesitamos saber, cuando lo que hay, ahí esperando, ya nos abruma?»Marina Garcés del libro Filosofía inacabada

Pero hay una diferencia entre hacer algo para que los niños se interesen y dar espacio y tiempo a que los niños muestren su interés en aprender algo.
Lo primero tiene que ver con la seducción y con la voluntad de entretenimiento. Y aleja tanto al niño de sus reales necesidades como obligarlo a aprender bajo normas y horarios establecidos. Diría que tiene un efecto aun más profundo. Escapar a esta forma sofisticada de engaño -en el que a instantes crees que haces lo que realmente te gusta- es mucho más complejo que rebelarse ante una evidente coartación de la libertad.
A favor de esto, tengo que decir que el niño, o adulto, que consigue escapar a este mecanismo habrá desarrollado una capacidad de percepción y seguridad en sí mismo extraordinarias. Sin embargo, los que no consiguen a escapar quedan instalados en la gran mentira. No comprenden porqué se sienten mal si hacen cosas tan divertidas. Trasladado al mundo adulto podremos comprenderlo bien: ¿por qué teniéndolo todo me siento vacío? En esta situación, ya se ha perdido la capacidad para distinguir entre lo que uno quiere y lo que quieren los demás de uno.
El encantador de serpientes
La misma mentira en la que caen los pequeños, es la que nos atrapa si enseñamos -ya seamos profesores o padres- desde esta perspectiva. Basados en la creencia simplista de que la ausencia de conflicto y de caos externo es sinónimo de armonía interna, poco a poco, uno puede convertirse en un hábil encantador de serpientes. Si gracias a nuestros encantos los niños se divierten en clase o en casa, por fuera todo fluye. Incluso es probable que aprendan. Pero, ¿qué aprenden?, ¿quién ha decidido?, ¿ha mostrado el niño su interés o refleja con aparente alegría el interés de su instructor? El objetivo del encantador de serpientes es que la serpiente niegue su naturaleza para someterse a su voluntad, eso sí, con música y sin violencia.
El que contempla para que el otro se muestre
En cambio, ese dar tiempo y espacio al niño para que muestre su interés no requiere de la habilidad de seducir, no requiere de demostrar lo que uno sabe, requiere de querer averiguar lo que sabe el niño y lo que quiere saber.
Y, en caso de que lo sepamos, encontrar la forma adecuada de transmitirlo. Llegado a este punto, no necesitamos hacer nada para convertir el aprendizaje en divertido… ¡ya lo es! En realidad, es más que eso, es sencillamente apasionante para todos.
Hablamos, por tanto, en cuanto al trabajo del que enseña, de un ejercicio de observación, de paciencia, de reconocimiento, que requiere perseverancia, una buena dosis de realismo y una extrema curiosidad.
Tere Puig
Y añadiría a tu final utilizar: una herramienta tan importante como es la escucha.
Enhorabuena por tu post
¡También! Observar, escuchar, en definitiva percibir al otro por todas las vías a las que tengamos acceso. ¡Gracias por tu aporte, Rosa!