En relación con la forma de dirigir la escolarización de nuestros jóvenes, los adultos tenemos dos problemas a resolver. Uno es un problema de ingeniería; el otro, es metafísico. El de ingeniería, como todos los de esta clase, es esencialmente técnico. Se refiere a los medios por los cuales los jóvenes aprenden; al dónde y cuándo tienen que hacerse las cosas y, por supuesto, al cómo conseguir que el aprendizaje se produzca. El problema no es sencillo, y cualquier libro sobre educación que se precie debe proponer algunas soluciones a estos temas.
Pero es importante recordar que la ingeniería del aprendizaje a menudo se ha sobrevalorado, se le ha asignado una importancia que no merece. Un viejo dicho reza «Existen una y veinte formas distintas de cantar canciones tribales y todas ellas son correctas». Eso es lo que ocurre con la educación. Nadie puede decir que esta o esta otra es la mejor forma de aprender algo, de sentir algo, de ver algo, de recordar algo, de aplicar algo, de vincular algo, y que nadie lo hará mejor. De hecho, decir algo así es trivializar el aprendizaje, es reducirlo a algo mecánico.
Por supuesto, hay muchas cosas que son mecánicas y este es el mejor modo de aprenderlas: mecánicamente. Pero que te conviertas en una persona distinta gracias a algo que has aprendido -integrar, hacerse propio un concepto, una visión de forma que tu mundo quede transformado- eso es otra cuestión. Para que eso ocurra necesitas una razón. Y ese el problema metafísico del que hablo.
N. Postman del libro The End of Education