Cuando veo en la televisión a los padres que gritan de alegría al ver que su hijo ha ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos, me estremezco y me pregunto ¿quién realmente amó a lo largo de esos veinte años?
¿El chico que invirtió toda su fuerza durante esos años de vida, para vivir por fin el gran momento y hacer que sus padres se sientan orgullosos de él? Pero, ¿él se se siente realmente amado por ellos? ¿Hubieran tenido los padres la misma loca ambición, si lo hubieran amado realmente? Y él, ¿hubiera necesitado ganar esa medalla si hubiera estado seguro de su amor? Pero, ¿quién ama realmente a esos padres? ¿El campeón olímpico o el niño que puedo haber sufrido de falta de amor?
Vi en la pantalla, en una de esas ocasiones, que cuando el campeón se enteró de la victoria, rompió en sollozos incontrolables. No eran lágrimas de alegría, se percibía el sufrimiento que lo sacudía, únicamente que es probable no se diera cuenta.
A. Miller del libro El cuerpo nunca miente