Resulta alarmante pensar en la cantidad de decisiones vitales importantes que tomamos principalmente para minimizar la inquietud emocional del presente.
O. Burckerman
Las alegrías de la paternidad vienen en un solo y mismo paquete con los sinsabores del autosacrificio y el temor a peligros desconocidos.
El cálculo frío y confiable de las pérdidas y ganancias permanece con obstinación y contumacia fuera del alcance y comprensión de los futuros padres.
Toda adquisición realizada por un consumidor implica riesgos, pero los vendedores de otros bienes de consumo, y en particular de aquellos mal llamados “durables”, se desviven por asegurar a los posibles clientes que los riesgos que están corriendo han sido reducidos al mínimo. Ofrecen garantías, garantías ampliadas (aun cuando muy pocos de ellos puedan dar fe de que la empresa que las ofrece sobrevivirá al plazo de la garantía en cuestión, y prácticamente ninguno de ellos sea capaz de asegurar a los clientes que el atractivo que ofrece hoy el producto adquirido, y que evita que termine en una bolsa de residuos, no se desvanecerá antes de que esa misma garantía expire), garantías de reembolso y promesas de reparaciones a perpetuidad. Por creíbles y confiables que esas garantías puedan ser, ninguna es valida cuando se trata del nacimiento de un hijo.
No es extraño, entonces, que los institutos de investigación médica y las clínicas de fertilidad desborden de dinero como las empresas comerciales. La demanda de seguridades que ofrezcan reducir los riesgos endémicos propios del nacimiento de todo hijo a niveles al menos comparables con los de cualquier otro producto de venta en mostrador es potencialmente infinita. Las compañías que ofrecen la posibilidad de “elegir un hijo de un catalogo de atractivos donantes” y las clínicas que realizan a pedido de sus clientes el mapa genético de un niño que todavía no ha nacido no deben preocuparse ni por la falta de clientes interesados ni por la escasez de negocios lucrativos.
Resumiendo: la archiconocida brecha que separa al sexo de la reproduccion cuenta con la asistencia del poder. Es un subproducto de la condición liquida de la vida moderna y del consumismo como única y exclusiva estrategia disponible para “procurarse soluciones biográficas para problemas producidos socialmente” (Ulrich Beck).
Z. Bauman del libro Amor liquido