El estado de ánimo, los niveles de hierro y azúcar, los movimientos del bebé, el tamaño de la barriga, los posibles nombres, la líbido, la lactancia, las vacunas, el tipo de parto, … Realmente son innumerables los temas que una mujer necesita abordar durante el periodo de gestación y crianza. Pero ¿son las clases de yoga el lugar adecuado para hablar sobre los temas que nos preocupan? Antes de responder necesitamos recordar cómo actúa el yoga en nosotros.
Dentro de la formación en yoga para el embarazo suelo proponer una dinámica que consiste en dialogar unos minutos sobre un tema concreto, después realizamos un ejercicio físico y de toma de contacto con el cuerpo (yoga) y, a continuación, se vuelve a dialogar sobre el mismo tema de antes. Habitualmente observamos dos evoluciones: o bien surgen ideas al respecto que antes del trabajo corporal no se habían manifestado, o bien las mismas ideas expresadas con anterioridad toman mayor profundidad y organización.
Los seres humanos nos expresamos y relacionamos a través de distintos medios: el físico, el mental, el emocional, el social. Todas estas manifestaciones son muestra de nuestro momento interno: el resfriado o la sensación de fuerza física, la lucidez o las lagunas de memoria, la calma o la agitación interna o, incluso, el orden o el caos social. Todo son reflejos, proyecciones de nuestro ser interno. Actuando sobre una de estas vías de manifestación actuamos, inevitablemente, sobre el resto. Un ejemplo claro de esto es el citado en el artículo El menor daño de J. Tolja, donde se explica cómo los celos de un niño que se manifiestan en forma de agresividad, al ser reprimidos, encuentran su forma de expresión a través del cuerpo manifestándose como problemas de piel.
En las sesiones de yoga actuamos sobre el cuerpo para generar cambios en el resto de vías de expresión y relación. Primero usamos la respiración y el movimiento para generar los cambios que deseamos – cambiamos la química corporal-, después nos relajamos para dar espacio a la integración de estos cambios y, finalmente, en este estado que es distinto al que teníamos al entrar en clase, meditamos -es decir, observamos de forma neutral cómo nos sentimos físicamente, anímicamente, mentalmente. Muchas veces nos daremos cuenta de que el estado de agitación que nos producían ciertas ideas unas horas antes, ya no es tal. Otras veces seguiremos detectando la misma angustia, sin embargo, al haber reducido el nivel de estrés nuestra mirada hacia el problema será más amplia o quizás algo o radicalmente distinta. Es muy probable que al final de la clase aquella necesidad imperiosa de hablar sobre algo haya cesado completamente o, de abordarse en ese momento, el diálogo ya no tendrá el objetivo de la pura descarga emocional, sino el de compartir, indagar o reflexionar, de modo que el diálogo que se genere del trabajo corporal realizado será sin duda más profundo, auténtico y fructífero.
Podemos concluir que la práctica del yoga nos lleva a un estado de conciencia que nos permite reflexionar y dialogar sobre los temas que nos preocupan para empezar a ocuparnos de ellos. Así, puede ser positivo pensar o decir cuáles son los temas que nos están preocupando antes de iniciar la práctica con el fin de poderlos abordar al terminarla si sigue estando presente la necesidad de hacerlo, ya sea en solitario, con el grupo o con las personas que cada una sienta que necesita hacerlo.
Desde mi experiencia, y teniendo en cuenta que el diálogo es algo a lo que podemos acceder con facilidad gracias a las nuevas tecnologías, considero que si en la sesión de yoga dedicamos demasiado espacio al diálogo, estamos desaprovechando un tiempo de trabajo corporal esencial para el autoconocimiento y la relaciones y que difícilmente podemos recuperar en nuestro día a día.
Tere Puig